miércoles, 17 de mayo de 2023

Reseña “de Historia de mi lengua” de Claudia Apablaza

 


Tierra inhóspitas 

 

Historia de mi lengua

Claudia Apablaza

Ediciones Comisura, Madrid, 2023.

 

 

“Es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible”, escribía Borges en el cuento de Ficciones “La Biblioteca de Babel”. En el caso de Claudia Apablaza, a propósito de su último libro, Historia de mi lengua, unas millas a la derecha, dependiendo del grado de inclinación de la tierra, podría ser Mendoza, Argentina, y noventa pisos más arriba, con un poco de imaginación, España. Borges no se equivocaba, unas millas hacia cualquier dirección las lenguas varían, los acentos, las entonaciones, el vocabulario, la jerga, los modismos, etc., cualquier rasgo podría indicar que el habla es otra.

 

El libro que nos corresponde reseñar, y que podría ser una ficción, un reportaje, o unas memorias -de eso se trata justamente, de su naturaleza híbrida- toma la lengua en su doble significado, como órgano de la boca y como habla, lenguaje, idioma. Nos detendremos más en lo que concierne a lo dialectal. 

En gran medida es la boca en sí el disparador del relato, cuando la voz autodiegética arranca rememorando el día que entró al consultorio del ortodoncista para un tratamiento dental. El tratamiento en cuestión repercute en su manera de utilizar el lenguaje y es a partir de ahí que se inicia una reflexión, desde diversos ángulos, desde la memoria, desde la literatura, desde lo cotidiano, desde lo bibliográfico o desde el psicoanálisis. Respecto a la escritura, podría pensarse entre líneas en una de las cuestiones que aborda todo escritor frente a la obra: ¿ha de escribir como habla o no? Lo que hace Claudia Apablaza según los editores o críticos varones son solo “artefactos. Experimentos. Balbuceos.” El balbuceo ya podría remitir a fragmento. 

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“En el primer año de universidad, éramos dos mujeres en el curso las que veníamos de Rancagua. [ ] Algunos se burlaban de nosotras, otros intentaron ser parte de esa habla. Nos imitaban.” 

 

 Dado que el habla cuenta también con prestigio y que el prestigio lo da el poder económico, el español cuenta con varias zonas de influencia normativa, que por lo general suelen ser las capitales. De ahí tenemos que la norma del español peruano, la forma que los hablantes perciben como correcta en el Perú es la del español de Lima, así como los argentinos podrían tener la misma percepción frente a Buenos Aires. Esos focos propalan a través de los medios de comunicación de masas una forma dialectal percibida como normativa. El libro de Claudia Apablaza habla de este enfrentamiento entre la periferia y el centro, que en el ejemplo anterior podría ser Santiago de Chile, como norma, y en otros España, más concretamente Madrid. De ahí que más adelante escriba:

         “Desde que llegue a vivir a Madrid, intento neutralizar lo que más puedo las palabras. Intento no decir «guagua», «chao», «confort», «lápiz», «celular», «computador» [  ] Actúo como mi propia colonizadora.” 

         Frente a la norma madrileña se produce este sentimiento de “Ser colonizado” mientras que frente a la norma santiaguina es el del “Ser periférico”, fuera del centro. En todo caso es una cuestión de prestigio. Por otra parte es muy interesante el uso del verbo “neutralizar”, que dispara la pregunta de si realmente existe aquello que se da en llamar “español neutro”. 

A este respecto cabe citar El árbol de la lengua de Lola Pons: “No importa de dónde seas: tú hablas un dialecto. Todos hablamos dialecto: la presentadora de los informativos, al terminar su locución, habla un dialecto; el mejor de los escritores  y el más cutre de ellos hablan un dialecto.”

Aunque Borges escribiera que unas millas “a la derecha” (otra de sus bromas) la lengua es dialectal, en el fondo no estaba diciendo prácticamente nada, ni existe la derecha, en todo caso sería el este, y toda habla es de por sí dialectal.  Quizá lo que quiso decir es que toda lengua al contar con un prestigio, cuenta también con un prejuicio, de ahí la connotación negativa de lo dialectal; según Pons: “Toda lengua, pues, se materializa a través de dialectos”. Pero remarcábamos la posibilidad de la neutralización y sobre ello señala: “Hay también una especie de dialecto no marcado al que tienden todos los hablantes, que se considera prestigioso, se enseña escolarmente y se usa de forma oficial: es la variedad o dialecto estándar, pero este no es materno de nadie, aunque todos lo conozcamos. Tampoco ese estándar es estable ni homogéneo: en el propio español, hay distintos estándares según las zonas, y dialectos que se acercan o alejan más de esas formas prestigiosas.” 

En cuanto a lo de “Actúo como mi propia colonizadora” cabría puntualizar la complejidad del tema. La propagación del castellano por los órganos de poder durante la conquista de América y la política de la Iglesia en su afán evangelizador tuvieron sus rifirrafes. Al principio, como recuerda Rafael Lapesa, prevaleció la imposición castellanizante, pero en 1580 Felipe II “dispuso que se estableciesen cátedras de las lenguas generales de Indias y que no se ordenasen sacerdotes que no supieran las de su provincia; en igual sentido se pronunció en 1583 el tercer Concilio Limense. [ ] Los (jesuitas) que regentaban las colonias del Paraná, al sureste del Paraguay, evitaron cuidadosamente el español para que los indios no contrajesen los vicios de la civilización europea. [ ] La contienda prosiguió hasta que en 1770, expulsados ya los jesuitas, una real Cédula de Carlos III impuso el empleo del español.” Pero no es menos cierto que la imposición del castellano como única lengua legítima fuera un asunto exclusivo de la colonia, como afirman Virginia Zavala y Michele Back en Racismo y lenguaje, “se inició con la dominación política de la España colonial” sin embargo “fue reforzada luego de la Independencia para mantener los privilegios de los descendientes de los colonizadores europeos asentados en esta región. [ ] Este imaginario homogenizador -factible sólo si se mantiene una realidad heterogénea- recreó, a su vez, relaciones de dominación lingüística”. 

Claudia Alablaza más allá de estas matizaciones entroncaría con lo que afirmara Bordieu, que lo que aprendemos del lenguaje son en resumidas cuentas sus condiciones de “aceptabilidad”. Dicha característica en el libro de Apablaza resulta variable e invita a reflexionar acerca de nuestra propia lengua. La autora no solamente plantea la oposición entre el habla de Rancagua y el habla de Santiago o la norma chilena frente a la norma española, sino las oposiciones entre las diferentes hablas de América y otras oposiciones en el marco de lo doméstico, incluso familiar (cuando su propia hija, que va al colegio en España, se atreve a corregirla) y a veces hasta en el campo íntimo, personal, cuando uno piensa o se piensa.

Esta es la propuesta de este libro, la toma de conciencia del lector respecto a su propia lengua como entidad con la que, pese a las apariencias, mantenemos una relación en permanente conflicto. Podría parecer un hogar pero se asemeja más a un territorio inhóspito en el que nos movemos siempre a tientas. 

Ernesto Escobar Ulloa