domingo, 7 de julio de 2013

El toro por las astas. Reseña de "Comandante. La Venezuela de Hugo Chávez" de Rory Carroll

Comandante
La Venezuela de Hugo Chávez
Rory Carroll
Traducción de María Tabuyo y Agustín López
Sexto Piso, Madrid, 2013

Esta crónica tan exhaustiva, que da cuenta de la figura de Hugo Chávez desde tan distintos ángulos -los personales, los políticos- que recoge testimonios tan diversos de personajes cuyos grados de implicación con el gobierno podrían cubrir todos los espectros, que visita los escenarios donde repercutieron las medidas de la revolución bolivariana, desde las tierras de la reforma agraria hasta las lujosas oficinas de PDVSA, por momentos parece la crónica de un desastre anunciado, el guion de una película que ya hemos visto muchas veces, esta historia repetida nos sitúa ante algunas de las interrogantes cruciales hoy en día en el continente, la principal de ellas: ¿habrá sido Hugo Chávez la última encarnación del líder redentor latinoamericano? ¿Habrá concluido con él la larga estirpe de gobernantes populistas erigidos a sí mismos como salvadores? Recordemos que según Marx, los grandes hechos de la historia ocurren dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Esa farsa es lo que estos gobernantes escenifican en el marco de la lucha por el poder, ya sean de derecha o de izquierda, demócratas o dictadores, ponen un sainete en escena borroneando, rehaciendo o reinterpretando la historia. Su objetivo: polarizar la sociedad. En un episodio del libro, leemos: "Una y otra vez los adversarios mordían el anzuelo. Arremetían con las venas a punto de estallar y los rostros retorcidos por el odio y la rabia, para asfixiar a su hostigador. Era una trampa que dejaba a la luz su arrogancia, su poder económico y su sensación de derecho a todo. Obligados a escoger entre el comandante y unos aristócratas de caras orondas, la mayoría de los venezolanos -es decir, los más pobres- escogían al comandante. ( ) De este modo seguían arremetiendo y, elecciones tras elecciones, seguían perdiendo." (p. 118)

En común tienen el don de capitalizar el descontento, poseen un gran carisma, surgen de escenarios desesperados donde la receta de la salvación pasa ineludiblemente por la recuperación de la soberanía, por devolverle al pueblo la honra que le ha sido arrebatada por un entripado entre la oligarquía y los yanquis, responsables del saqueo del país, cosa que por otra parte tampoco dista tanto de la realidad. Se le ha dado en llamar idealismo arielista: en el choque de dos mundos, el vacío espiritual del capitalismo (Estados Unidos) representaría la barbarie, en contraposición con la espiritualidad cristiana latinoamericana, que representaría la civilización. La realidad apocalíptica de la miseria, el hambre, la mortandad y la delincuencia hace el resto, propicia la sensación de fin del mundo, mantiene subyacente en el inconsciente colectivo la promesa de la llegada del mesías, que como en el libro de San Juan, acabará con el Anticristo para reinar mil años; se le da en llamar milenarismo o mesianismo. La primera encarnación que funde el héroe carlyleano (las biografías de los grandes hombres bastan para contar la historia de los pueblos) con el ideal marxista es Lenin, a quien le suceden Stalin, Mao y Fidel.

Sin embargo, América latina ha ido quemando etapas, el destacado prologuista de este libro, Jon Lee Anderson anticipa en qué contexto se produce la revolución bolivariana: "Los intentos de Chávez de llevar adelante la colectivización y la reforma agraria parecían mal planeados y, en cierto sentido, anacrónicos, de igual modo que él mismo parecía a menudo un vestigio de épocas pasadas, cuando América latina estaba dominada por caudillos obcecados y había una guerra fría en un mundo claramente polarizado."

Anacrónico y caudillo, una conjugación que por increíble que hubiera parecido vivió y coleó a sus anchas durante 14 años. No obstante no olvidemos que a la vez que Chávez era anacrónico también fue un líder de su tiempo, incorporó innovaciones a la figura del cacique tradicional, modernizándolo, postmodernizándolo, ya no solo por asumir la época que le tocó sino por el cariz de audacia, de ingenio y si cabe hasta humorístico que revestía al personaje. Peroratas de más de 9 horas las habían padecido los auditorios de Fidel Castro, la diferencia con Chávez era que ahora había que aguantarlas por televisión, en su programa "Aló, presidente". Bueno habría sido que la labia quedara en meras palabras, pero los venezolanos vieron a diario a su presidente despachar en directo. Entre el público, ministros peleles, aplaudiendo y adulando atónitos cualquier disparate, como que "el capitalismo podía haber acabado con la vida en Marte", o que el caballo blanco del escudo de armas de la nación debía galopar hacia la izquierda en vez de a la derecha o que los relojes debían retrasarse media hora para que los niños y trabajadores se levantaran con la luz del día.  Según Carroll: "Un ministro necesitaba dominar tres técnicas. ( ) La primera: el equilibro entre la quietud y el movimiento. No se esperaba que sugiriera una iniciativa, resolviera un problema, anunciara buenas noticias, teorizara sobre la revolución o expresara una opinión. Éstas eran tareas que correspondían al comandante. ( ) La segunda técnica era la adulación. Quienes dominaban el juego eran generosamente recompensados." Si el comandante llevaba rojo, los ministros también. Un día que el comandante lució una camisa amarilla, quejándose de que "había demasiado rojo", se quedaron descolocados sin saber qué hacer. "La tercera técnica era moldear el rostro como una máscara, disponer los rasgos en las expresiones apropiadas cuando se estaba ante las cámaras o en el campo de mira del comandante." Otra historia bien conocida, los líderes autoritarios suelen situar en puestos clave a personajes cuyos méritos no están a la altura, de este modo mantienen un poder totalitario con marionetas dóciles cuya única función es servir al líder sin objeciones. Una excepción, el ministro de defensa Raúl Baduel, que se opuso a que las Fuerzas Armadas abrazaran el socialismo y celebraran el Golpe de Estado del 92, en el que él mismo participó. Chávez le bajó el dedo. Los servicios secretos se encargaron de embarrar su imagen. Una mañana se publicaron en los periódicos unas fotos, desnudo en una cama, al parecer masturbándose con una muñeca. Pero aún le quedaba una vida política a Baduel, instó al No en el referéndum de 2007 pero la oposición no lo invitó a sus filas, y lo dejó aislado. Carroll relata su final: "En noviembre de 2008 los fiscales militares acusaron a Baduel de robar catorce millones de dólares del presupuesto de defensa". Hasta el día de hoy, quien fuera amigo de Chávez en la adolescencia y en el cuartel, sigue preso.

Otra historia resabida, la defenestración y el escarmiento a través del control de los servicios secretos, los medios de comunicación afines y un aparato de justicia envilecido por los favoritismos y las recompensas para destruir la imagen y la vida de los opositores. Algo de lo que la escuela cubana sabe más que nadie en el continente. Fue el golpe fallido de 2002 lo que tiró a Chávez en brazos de los cubanos. "Fidel Castro había soñado durante mucho tiempo con vincular a Venezuela y su riqueza petrolera con la revolución cubana". Un analista de la sala, la oficina de información del presidente en Miraflores, declara para Carroll en el anonimato: "Los cubanos nos absorbieron."Carroll recoge el episodio: "Una mañana bajó a la sala y se encontró con unos extranjeros de acento cubano. Sus nuevos jefes. El servicio de inteligencia cubano, G2, había frustrado innumerables complots contra Fidel durante décadas. Estaban entre los mejores en la materia. La sala del comandante en cambio no había logrado prever el golpe. ( ) Pero entonces vi su estrategia: apartar a Chávez del público, manipularlo, alimentar su inseguridad, encontrar pruebas de complots de asesinato, de traiciones. Convertirlo en un paranoico." Nuevamente una historia repetida, los aventureros del poder acaban volviéndose los títeres de los verdaderos zorros, fue lo que le pasó a Alberto Fujimori con Vladimiro Montesinos que con la excusa de que su vida corría peligro, lo aisló, lo secuestró y se enteró de todos sus secretos con el fin de convertirlo primero en un reo y segundo en su títere. "Mientras Chávez mandaba noventa y cinco mil barriles de petróleo diarios a Cuba, apuntalando su economía, Fidel enviaba veinte mil médicos, enfermeras y otros especialistas cubanos a los barrios de Venezuela." Esto hizo que los índices de popularidad de Chávez se recuperaran de modo que cuando se celebró el referéndum de 2004 obtuvo una victoria arrolladora. Los informadores entonces le advirtieron: "¡Golpee ahora, señor! ¡Aplaste lo que queda!" La llamada lista Tascón de los firmantes del referéndum revocatorio quedaron expuestos y Chávez se vengó: "Eso formalizó la división del país. Los herejes, a un lado de la línea, los creyentes, al otro. El gobierno y las oficinas del Estado la usaron para purgar a los firmantes de la nómina estatal, para negar empleos, contratos, préstamos, documentos, para acosar y castigar, para hacer sectarismo oficial. La gente quedaba sin su medio de vida e iba a la bancarrota. El miedo se apoderó de las personas que habían firmado, luego se extendió a sus familiares." Lo mismo que pasó en la cortina de hierro durante la Guerra Fría, lo que le enseñaron los servicios secretos de la ex Unión Soviética a los cubanos.

No porque todo resuene el libro deja de ser una fuente inagotable de placer, los entresijos del poder están contados con excelente pulso narrativo, así como bien documentados. Lo que me lleva a reflexionar nuevamente sobre cómo la narrativa del poder se está convirtiendo en un mero entretenimiento, ocurre con el seguimiento de la corrupción en la prensa y los informativos, que de pronto compiten con las series, los realities o la telebasura y el interés despierta y se apaga según la narrativa pase por momentos álgidos o bajos o entren en escena nuevos acontecimientos con los que competir en audiencia.

Hay una responsabilidad no asumida por un amplio sector de la izquierda democrática que por conveniencia, oportunismo, cálculo político o simplemente por conservar la pose antiimperialista o antisistema, es condescendiente con personajes de la izquierda populista y autoritaria como la de Chávez, hoy la de Maduro, Correa o Daniel Ortega, cuyos abusos y atropellos no condenan, o lo hacen con la boca pequeña, o los justifican como respuesta al acoso que tales países sufren por parte de las grandes potencias. Caen así en el juego de la polarización que dichos gobernantes avivan, temen que su reputación quede mancillada a la menor crítica, que se les tache de imperialistas, capitalistas, revisionistas, vendepatrias, pitiyanquis, burgueses, de derechas, y toda la larga serie de invectivas de la izquierda ortodoxa. Solo esa tibieza sigue dando vida y perdonando a los sátrapas, solo el cálculo que invita a callar, a mirar a otro lado, a hacerse el loco, y a defenderlos cuando se propasan permite que millones de ciudadanos sigan siendo víctimas del totalitarismo y el abuso de poder, excluidos de oportunidades e insultados por una demagogia hipócrita que tacha al enemigo de las propias prácticas. Un buen ejemplo sería la actual crisis de espionaje desatada por Snowden. Que Venezuela, Ecuador y Nicaragua sean los adalides contra el espionaje norteamericano es una broma de mal gusto, cuando ellos persiguen periodistas, acosan medios de comunicación, coaccionan a sus ciudadanos y patean el tablero cada vez que han de ser reelegidos. No digamos Cuba. Dejar de ser tibios y coger al toro por las astas, enfrentándolo, oponiéndose a los desmanes con resolución podría afianzar el juego democrático y acabar con la dicotomía entre revolución y democracia por la pluralidad de una democracia representativa.

Hoy en día el mundo no es el mismo que el de hace 5 años siquiera, la hiperconsciencia de los pueblos, incluso de los países más desarrollados, de que los gobiernos son todos corruptos y que el poder lo es por naturaleza, está repercutiendo en la relación de este con los ciudadanos. La llama ya no prende el fuego de la revolución como vaticinaban el Che Guevara o Abimael Guzmán, sino el de las protestas civiles que demandan una democracia más representativa, unos servicios eficientes de sanidad y educación, una independencia en la toma de decisiones frente a los grandes imperios económicos, y esto ocurre tanto en Brasil como en Egipto, España, Grecia, Marruecos o Estados Unidos. Pronto comenzará a ocurrir en el continente americano y tal vez la interrogante de la que hablaba al principio pase a ser historia, aunque como ya sabemos, nada más incierto que la historia de la humanidad. Ernesto Escobar Ulloa

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