jueves, 7 de marzo de 2013

"Mejor que ficción". Jorge Carrión (ed.)

Mejor que ficción
Crónicas ejemplares
VV.AA.
Jorge Carrión (ed.)
Anagrama, Barcelona, 2012

En una primera lectura elegí aquello que me sonaba, me era familiar o que conocía. Me equivoqué al creer que disfrutaría menos con lo que quedaba del libro. De la ambición del proyecto sale largamente beneficiado el lector. Las antologías están condenadas a quedar incompletas, han de resignarse a cumplir un papel referencial, a complementarse junto a otras. Mejor que ficción sin embargo intenta abolir la sensación de insuficiencia con una buena dosis de crónicas, todas ellas magistrales, al tiempo que representativas. ¿Y representativas de qué? De muchas cosas, primero, de la crónica como oficio de primer orden, a su vez periodístico, a su vez literario. Ya lo dice Carrión en la nota, que no pretende ser "una antología de carácter canónico, sino un catálogo de la multiplicidad de propuestas de no ficción de la literatura hispanoamericana contemporánea". Atención al "no ficción de la literatura", idea sobre la que se centrará en un interesante prólogo. En ese sentido,  el resultado es de una rebosante generosidad, en información, en placer estético, estilo, profundidad, visión. La antología es representativa en segundo lugar porque al abarcar veintiuna crónicas de ambos lados del Atlántico aúna autores de diferentes países, cada uno reconocido dentro y fuera del suyo, y aunque jóvenes la mayoría, su bibliografía en todos los casos ha fructificado por lo menos en una antología personal. En este aspecto se desbarata también la idea de que es únicamente la crónica latinoamericana la que pasa por un buen momento. Tal vez ni la latinoamericana ni la española pasen por un buen momento en términos mediáticos, los espacios llevan años acortándose, suprimiéndose, desapareciendo. Los presupuestos de los medios se estrechan o no existen, la confianza en que las columnas se lean, atraigan o valga la pena publicarlas es escasa, pero al tiempo que nos encontramos con una gran variedad de autores, tal vez mayor en comparación a la de otras épocas, nos hallamos en una era que al difuminar las fronteras ha generado un ambiente de diálogo, ha facilitado la recepción, ha creado lectores a veces imprevistos y difíciles de medir con los parámetros y la mentalidad ya obsoletos con los que todavía se opera a veces por inercia. Por otro lado han surgido medios especializados en el género como GatopardoEtiqueta Negra o El Malpensante, cuya nacionalidad en un mundo de redes sociales importa poco. Es representativa también en términos generacionales, aunque ya sabemos que esta es una categoría porosa que ayuda poco, valga más decir que cohabitan autores cuyas edades más bien podrían dar muestra de unas experiencias, unas costumbres e idiosincracias distintas y variadas. Temáticamente también quedan representadas las diferentes inquietudes. De ese modo nos encontramos con crónicas de viaje, como la de Juan Villoro sobre Japón o la de Juan Pablo Meneses sobre cómo los sorprendió el 11S a él y su novia en Turquía, o la de Juan Gabriel Vásquez y su reportaje sobre la utopía mística de Auroville en la India, y por supuesto "Pole, Pole, de Zanzíbar a Tangánica" de Martín Caparrós, que además de ser una crónica de viaje, nos habla de uno de los precursores del género, Henry Morton Stanley, en un contrapunto interesante entre el cronista que hoy escribe y el que antes escribió sobre esa región que la civilización de la que ambos provienen trastornó para siempre. Otras, aunque son de viaje, son más íntimas y personales, como "En familia (Plaza Djema el F'na)", de María Montero.

Hay asimismo crónica cultural, en torno al cine, a la literatura y en general al arte. Jordi Costa en "Fitzcarraldo en la meseta" curiosamente acaba dialogando con Julio Villanueva Chang y "El cineasta invisible". Costa se sirve de la película para hacer un símil burlesco con el barco de Francisco Franco, el Azor, convertido en "un dinosaurio de cartón piedra" en el kilómetro 222 de la carretera Madrid-Irún. Mientras Chang tropieza con Herzog en los pasadizos del diario El Comercio de Lima y aprovecha para entrevistarlo. Una necesaria crónica de literatura y viaje es "Kafkalandia", de Rodrigo Fresán, un recorrido por la Praga neoliberal que tiene a Kafka entre sus principales atractivos turísticos a explotar. Alberto Fuguet por su parte retrata en "El díler digital" a un comerciante informal cuyos clientes, exigentes cinéfilos, prefieren sus películas al download o al streaming. "Grandes hits" de Guillem Martínez rescata algunas de las notas del libro del mismo título que recrean, con buenas dosis de cinismo y humor, la Barcelona del regreso a la democracia. En este aspecto se acerca a las crónicas de corte más costumbrista pero muy personal a la vez, íntima, como la de Jaime Bedoya, cronista realmente influyente para los peruanos de mi generación. Las columnas de Bedoya en Caretas eran uno de los platos fuertes de la revista. Bedoya se mueve entre el viaje y el diario personal, con un estilo a lo Hemingway, para trazar un cuadro del "caribe peruano". Pero los artículos que se recopilaron en su primer libro ¡Ay qué rico! (1991) solían parecerse más al de Fuguet o a la crónica de Alberto Salcedo Ramos, "El bufón de los velorios", por poner la mira en aquello que en medio de la urbe resulta atípico, bizarro, anormal.

En cuanto a la crónica política o de denuncia, Maye Primera -que recientemente publicara un artículo sobre el regreso de Duvalier a Haití- hace un análisis estremecedor de la compleja realidad haitiana tras el terremoto de 2010. Advierte que Haití era ya, antes de ello, "el epicentro de la pobreza occidental". Leila Guerriero en "El rastro de los huesos" (publicado originalmente como "La voz de los huesos") da cuenta del primer equipo forense y los testimonios de quienes participaron en él que trabajó reconociendo a los desaparecidos durante la Junta Militar argentina, bastante antes de la llegada de las técnicas de ADN. Juanita León describe la tragedia de los secuestrados por la guerrilla colombiana de las FARC. Sobre la violencia y la corrupción institucional, en este caso de la policía, trata la crónica "Cuando me muera quiero que me toquen cumbia" de Cristian Alarcón. "Cenando con Nietzsche y Fidel el 12 de enero de 2000" de Edgardo Rodríguez Juliá es quizá uno de los mejores retratos que se han escrito del comandante. En una suerte de periodismo kamikaze de corte sexual Gabriela Wiener asiste al Festival de cine erótico y se somete a lady Monique para aprender en carne propia lecciones de BDSM en "Consejos de un ama inflexible a una discípula perturbada". Desde otro ángulo y más en un descenso a los bajos fondos del comercio sexual para homosexuales, Pedro Lemebel narra una noche de caza en "Las amapolas también tienen espinas" con esa inconfundible poética que en ocasiones recuerda a la de Fernando Vallejo.

Así  pues nos hallamos ante una antología que si bien no toca todos los palos crea la sensación de hacerlo. Y una de las cosas que más destaco de la lectura es que no es lo mismo leer un artículo por separado que varios de ellos seguidos. Poco a poco uno va espiando afinidades, algunos tienen unos años y consiguen rememorar esas épocas, hacernos trazar paralelos. Se van formando verdaderos paisajes, finalmente el lector empieza a encontrarse a sí mismo, en sintonía con unos cazadores adictos de realidad que tienen al mundo entero por materia prima. Nos descubrimos en el mismo punto de partida, compartiendo la misma mirada eurocéntrica, occidental; escudriñando, de este modo, todo aquello que de nuestra "civilización" nos parece anómalo, periférico, extraño, o todo aquello que nos hace desconfiar del término, sus contradicciones, sus mentiras. Me pregunto cómo quedaría retratada en las crónicas de otros, a la espera de ese libro quedo.

@escobarulloa

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1 comentario:

  1. After reading this blog i realize that fiction books are also very beneficial instead then other.

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