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Un lugar soleado para gente sombría
Mariana Enríquez
Anagrama
Barcelona, 2024
Por Ernesto Escobar Ulloa
El último libro de relatos de Mariana Enriquez está plenamente a la altura de su obra cuentística precedente, como Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) o Los peligros de fumar en la cama (Anagrama, 2017). El terror es el componente que da coherencia a este conjunto de doce relatos. Se trata de un terror bien entendido, del terror como vehículo que canaliza unas realidades sociales que ponen a los seres humanos en los límites mismos de la razón o los rebasan. Por eso el terror es un síntoma, no surge como una mera fantasía, es el fruto de una sociedad cuyas entrañas comienzan a podrirse, que aterra más que los seres monstruosos, terroríficos, sean almas en pena o zombies decrépitos, con los que en cierto sentido se convive de manera casi natural. En ocasiones recuerda a El desbarrancadero de Fernando Vallejo o Salón de belleza de Mario Bellatin, porque se trata de una realidad de proporciones mayores y que sin embargo, desde el punto de vista mediático, solo tiene cabida como algo marginal y periférico. Ya lo dice en “La desgracia en la cara” el tercer relato, en que la madre de la protagonista fue violada a los catorce años: “Mi madre volvía del colegio por un camino que era oscuro porque la casa estaba en una zona de quintas, pero nadie tenía miedo, no a cosas reales al menos, solamente a fantasmas y duendes”. En “Mis muertos tristes”, la protagonista, una enfermera convive con su madre muerta de cáncer, y sin embargo, el terror no es ese, ni el cáncer ni la muerte, el terror es la delincuencia que ha surgido en uno de los tantos suburbios de la ciudad, los llamados monoblocs, en donde los vecinos tienen que hacerse cargo de su propia seguridad. No es algo que solo pase en un suburbio de Buenos Aires y en unos cuantos barrios periféricos, originalmente hechos en serie, y en otro tiempo, quizá con algo de decoro, “cuando el mundo era otro”, como dice la narradora, es un problema real de toda América latina y que hoy en día se ha instalado en Europa, en países como Suecia, nada menos. Pero Mariana Enríquez va más allá, sus relatos tienen el alcance de una literatura ambiciosa, que no parasita la actualidad sino que indaga en el componente universal de sus ficciones. Por ejemplo, no es una cuestión de hoy esa delincuencia que denuncia. El tema sirve para poner de manifiesto una hipocresía: “Todas las reuniones terminan con el recuerdo de los buenos abuelos de los vecinos, esos inmigrantes europeos que vinieron con una mano atrás y otra adelante, que llegaron para trabajar honestamente, que eran pobres pero dignos. Otro mito. Los inmigrantes de aquella época era, en muchos casos, pobres y ladronzuelos, otros eran anarquistas perseguidos por la policía, en gran parte se convirtieron en comerciantes deshonestos que preferían ganar dinero antes que plantearse cualquier tipo de responsabilidad ética.
La precariedad laboral es otro de los grandes temas, así como la imposibilidad de conciliar: “Y mi hija viene cada vez menos, pero no es su culpa, tiene mucho trabajo. En este país es mejor que aproveche: nunca se sabe cuanto puede durar un empleo, si uno está al borde de ser echado o no (la orden de despedir personal puede ser repentina) y conseguir otro puesto resulta en una espera de años”. El fracaso matrimonial o de la vida en pareja es otra constante, el lugar donde se ubica la mujer independiente hoy en día frente a una vida conyugal en crisis: “extraño a mi marido, pero no como pareja. Extraño su amistad, sus charlas, su comida (es un excelente cocinero). Pero él necesita enamorarse y cuidar, y yo necesito estar sola.”
Un machismo enraizado en culturas ancestrales se puede rastrear en “Los pájaros de la noche”: “Todos los pájaros son mujeres que han recibido un castigo. En los mitos populares de nuestra provincia, Entre Ríos, pero también en Corrientes y en Misiones (tengo un libro que ubica cada mito en detalle), el castigo para la desobediencia, la mala conducta o el amor desesperado es ser transformada en ave. Hay algunos hombres pájaro también, pero no tantos. [ ] “Los destinos de las mujeres son mucho peores.” “Todas las leyendas de varones transformados en animales son por competencia, la mayoría, a las mujeres nomás se las condena.” Estas dos hermanas muertas y en descomposición se enfrentan a una eventual metamorfosis mientras repasan eventos familiares y de la comarca al borde del río, cerca del temible monte que recuerda a los bosques de los cuentos de hadas. En “Julie” asistimos a un caso de abandono familiar, que sirve para profundizar en el tema de la emigración, en particular de la emigración a los Estados Unidos, adentrándose en el lado oscuro del sueño americano. Los tíos de la protagonista regresan a Argentina a ver si curan a su hija con sobrepeso, de un mal que parece mental. “La trajeron acá porque allá no pueden pagarle un tratamiento, es carísima la psiquiatría en Yanquilandia, y acá el cambio les favorece.” “Mi tía fue la que encontró a Julie teniendo sexo con los espíritus”. Lo verdaderamente alienante y monstruoso sin embargo son esos padres, que regresan convertidos en algo que no son, en “gringos exitosos”, que han olvidado su lengua y reniegan de su cultura y que “Vienen a usar la salud pública de este país, bramaba mi padre.” El paso del tiempo y la vejez es también un tema recurrente. Está tratado de manera muy original en “Metamorfosis”, un relato en el que una mujer de mediana edad, al borde de la menopausia, a la que extirpan un mioma benigno del tamaño de un melón chico, tras la curación, va en busca de Virginia, la amiga que en su local de tatuajes hace además “modificaciones corporales”, “Virginia tiene dos cuernos de silicona sobre las cejas”. “Le expliqué que quería el mioma de vuelta en el cuerpo.”
La gentrificación que padecen las grandes ciudades y hasta ciertos paisajes remotos aparece en “Los himnos de las hienas”: “Para atraer más turistas se armaron un zoológico a todo culo y ni pensaron en el gasto ni en qué ya hay mucha gente a la que le parecen cárceles”. La violencia de género llega con un epígrafe del poeta peruano César Vallejo: “¡Ay, la llaga en color de ropa antigua, como se entreabre y huele a miel quemada”. “Cementerio de heladeras” narra el peso de un crimen cuya complicidad viene de lejos, de lo más remoto de la infancia, cuando se ignoran las consecuencias dramáticas que puede traer la crueldad infantil. Algo de esa infancia cruel regresa en “Ojos negros”. Un conjunto de relatos, en suma, que nos hacen mirar nuestro entorno de otro modo, la noche transforma la ciudad moderna en ghetto, en una jungla donde campan la desigualdad, la injusticia social, la locura, la enfermedad, la pobreza, como la flores marchitas de la decadencia del sistema.