miércoles, 27 de noviembre de 2024

Reseña de Niñagordita de Belinda Palacios

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Belinda Palacios

Negra ediciones

Madrid 2024


Por Ernesto Escobar Ulloa

 

         A pesar de ser una ópera prima, Niñagordita de Belinda Palacios es una novela de primer orden. El estilo, aparentemente sencillo, reproduce los diálogos de los personajes dentro del cuerpo de la narración. La narradora a su vez se refiere a sí misma en segunda persona, representando eficazmente un desdoblamiento que nos va introduciendo en la complejidad de sus problemas psíquicos. Por el acierto en la oralidad, la fluidez y el español limeño recuerda a Jaime Bayly en obras como No se lo digas a nadie, lo cual es un elogio. La historia narra una etapa en la vida de Talía, Tali para sus amigos, que va de las épocas de la secundaria a la universidad, la etapa más oscura de su vida, aquella en la que toca fondo: el período de sus relaciones con dos hombres, Felipe, del cual está perdidamente enamorada y de quién se convierte prácticamente en una esclava sexual no consentida, y Tomás, su novio oficial, al que en un principio se acerca para olvidar al primero, y del que finalmente se vuelve otra esclava, en busca de su renuente aprobación. Los tormentos por los que pasa Talía dibujan un cuadro clínico que refleja las consecuencias que provoca en una adolescente el asfixiante ambiente machista y conservador de la clase privilegiada limeña. Familias bien acomodadas, con casas de playa, que viven en los mejores barrios, que envían a sus hijos a colegios religiosos privados o a estudiar al extranjero, y que practican un catolicismo tan férreo que, por paradójico que resulte (los extremos se tocan, dicen) tiene mucho en común con el islamismo más radical. No hace falta que la mujer lleve un burka, igualmente se la cosifica, no se la escucha, se le niegan sus deseos o se la castiga por ellos. 


El título de por sí está tomado de composiciones de palabras muy comunes en el lenguaje oral, con los que se etiqueta y encubre al individuo, a la persona, ya sea para sexualizarla, marginarla, invisibilizarla, en este caso para categorizarla dentro de un grupo de mujeres “indeseables”. Su sex appeal ha sido borrado, negado, con lo cual su sexualidad solo tiene lugar en el margen, en lo clandestino, en lo ominoso. Tali es la “gorditabuenagente, la chanconademierda-perotequeremos”. Y sus amigas, Nicole “la que está buenaza”, “porquetieneunculazo” y Caro “lalocademierda que hace lo que quiere”. Tali conoce a Felipe en un programa de confirmación que brinda desayunos solidarios en asentamientos humanos. Se trata de un mero acercamiento al pueblo, no de confundirse con él, no hay la pretensión de relacionarse con él por otras vías fuera de la caridad. De hecho los personajes que conforman ese entorno apenas son mencionados, no tienen identidad. La tarea es parte del propio sacramento, un ritual. Cualquier pretensión de ir más allá mata el verdadero propósito, la brecha social ha de seguir reforzándose. Cuando llega el momento para Tali de liberarse de Felipe, utiliza a Tomás. Pero la tortilla se le voltea. Primero se va con cuidado de no hacerle daño, al ser incapaz de olvidar a Felipe, pero Tomás utiliza los reproches, los insultos y el desprecio para convencerla de que es un ser deleznable, en cuya naturaleza hay algo que falla, que no está bien, y que para estar a su altura, tiene que reconstruirse por completo, sin una mínima noción de por dónde ni cómo ha de hacerlo. Tali entra en un callejón sin salida y el mundo entero comienza enseñarle su verdadero rostro. “¿No eran todos un poco hipócritas?” se pregunta. Aunque tiene todos los privilegios de la clase dominante y el dinero pone a su alcance cualquier capricho está muy lejos de sentirse libre. Hay una moral establecida vigilante, que no descansa, que estigmatiza fácilmente y que en ese microcosmos puede sentenciarla de por vida. Tomás es la censura, la represión, el afilado cilicio del Opus Dei. Aunque afirma ser ateo, su estilo de vida y sus actos demuestran lo contrario. Su rigidez de autoridad censora es destructiva, inapelable, cuestiona su vocabulario, la ropa que se pone, la cela incluso por su pasado, y poco a poco irá poseyéndola hasta controlar todos sus movimientos, lo que piensa, lo que quiere, lo que necesita. Tali no solamente tiene que mentirle a él, tiene que mentirles a sus padres, a sus amigas, por temor a quedar de puta, de chica fácil, de chica que se regala porque con ese físico nadie la puede querer de verdad. Si tiene deseos es una “arrechaza”, “una perra”. Y en el polo opuesto están los hombres, que aunque se conducen bajo la misma rigidez conservadora, se pueden permitir cuanto desliz crean conveniente siempre y cuando quede en la clandestinidad, para después guardar el decoro de cara al público. Siempre hay una autoridad dispuesta a encubrir, borrar y hacer desaparecer las pruebas del oprobio. Eso es lo que distingue unos de otros, ricos de pobres, hombres de mujeres. En algún momento Talía recuerda: “todo  lo que salía de boca de Felipe era ley”. Es una sociedad por la que no ha pasado ni la segunda mitad del siglo XX, cuyos vástagos ven la conveniencia de perpetuar el orden en el que crecieron sus progenitores, porque como hombres, seguirán siendo sus beneficiarios. No por gusto Felipe aspira a la política, como su padre. 

         Así como hay novelas que se acercan a la dura realidad de las clases bajas, hay otras que, acercándose a la de las clases altas, nos ofrecen además una explicación del por qué algunos países son como son o están como están. Las clases dirigentes peruanas crean una apariencia de vida decente y ejemplar mientras miran hacia afuera, admiran Europa y Occidente e intentan reproducir el estilo de vida de las sociedades del primer mundo ignorando que en este la igualdad no es una utopía. Es una clase dominate hija de la colonia española, de una nobleza criolla preocupada en mantener unas desigualdades para recluirse en sus clubes privados, en una isla que cada día se parece más al Versailles de 1789. Nunca se sintió parte del resto del país y por lo tanto nunca asumió el mando para tirar del carro y convertirlo en un país con igualdad de oportunidades, sino más bien en su cortijo, en un país de siervos, de mano de obra barata, de empleadas que limpien sus casas, e iglesias y curas que laven su conciencia cada domingo. Ese es el mundo que pinta esta excelente novela, y merece la pena acercarse a ese mundo para conocer al verdadero enemigo del progreso. 

martes, 26 de noviembre de 2024

Reseña de Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez



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Un lugar soleado para gente sombría

Mariana Enríquez 

Anagrama

Barcelona, 2024

 

Por Ernesto Escobar Ulloa


El último libro de relatos de Mariana Enriquez está plenamente a la altura de su obra cuentística precedente, como Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama, 2016) o Los peligros de fumar en la cama (Anagrama, 2017). El terror es el componente que da coherencia a este conjunto de doce relatos. Se trata de un terror bien entendido, del terror como vehículo que canaliza unas realidades sociales que ponen a los seres humanos en los límites mismos de la razón o los rebasan. Por eso el terror es un síntoma, no surge como una mera fantasía, es el fruto de una sociedad cuyas entrañas comienzan a podrirse, que aterra más que los seres monstruosos, terroríficos, sean almas en pena o zombies decrépitos, con los que en cierto sentido se convive de manera casi natural. En ocasiones recuerda a El desbarrancadero de Fernando Vallejo o Salón de belleza de Mario Bellatin, porque se trata de una realidad de proporciones mayores y que sin embargo, desde el punto de vista mediático, solo tiene cabida como algo marginal y periférico. Ya lo dice en “La desgracia en la cara” el tercer relato, en que la madre de la protagonista fue violada a los catorce años: “Mi madre volvía del colegio por un camino que era oscuro porque la casa estaba en una zona de quintas, pero nadie tenía miedo, no a cosas reales al menos, solamente a fantasmas y duendes”. En “Mis muertos tristes”, la protagonista, una enfermera convive con su madre muerta de cáncer, y sin embargo, el terror no es ese, ni el cáncer ni la muerte, el terror es la delincuencia que ha surgido en uno de los tantos suburbios de la ciudad, los llamados monoblocs, en donde los vecinos tienen que hacerse cargo de su propia seguridad. No es algo que solo pase en un suburbio de Buenos Aires y en unos cuantos barrios periféricos, originalmente hechos en serie, y en otro tiempo, quizá con algo de decoro, “cuando el mundo era otro”, como dice la narradora, es un problema real de toda América latina y que hoy en día se ha instalado en Europa, en países como Suecia, nada menos. Pero Mariana Enríquez va más allá, sus relatos tienen el alcance de una literatura ambiciosa, que no parasita la actualidad sino que indaga en el componente universal de sus ficciones. Por ejemplo, no es una cuestión de hoy esa delincuencia que denuncia. El tema sirve para poner de manifiesto una hipocresía: “Todas las reuniones terminan con el recuerdo de los buenos abuelos de los vecinos, esos inmigrantes europeos que vinieron con una mano atrás y otra adelante, que llegaron para trabajar honestamente, que eran pobres pero dignos. Otro mito. Los inmigrantes de aquella época era, en muchos casos, pobres y ladronzuelos, otros eran anarquistas perseguidos por la policía, en gran parte se convirtieron en comerciantes deshonestos que preferían ganar dinero antes que plantearse cualquier tipo de responsabilidad ética. 

 

La precariedad laboral es otro de los grandes temas, así como la imposibilidad de conciliar: “Y mi hija viene cada vez menos, pero no es su culpa, tiene mucho trabajo. En este país es mejor que aproveche: nunca se sabe cuanto puede durar un empleo, si uno está al borde de ser echado o no (la orden de despedir personal puede ser repentina) y conseguir otro puesto resulta en una espera de años”. El fracaso matrimonial o de la vida en pareja es otra constante, el lugar donde se ubica la mujer independiente hoy en día frente a una vida conyugal en crisis: “extraño a mi marido, pero no como pareja. Extraño su amistad, sus charlas, su comida (es un excelente cocinero). Pero él necesita enamorarse y cuidar, y yo necesito estar sola.” 

 

Un machismo enraizado en culturas ancestrales se puede rastrear en “Los pájaros de la noche”: “Todos los pájaros son mujeres que han recibido un castigo. En los mitos populares de nuestra provincia, Entre Ríos, pero también en Corrientes y en Misiones (tengo un libro que ubica cada mito en detalle), el castigo para la desobediencia, la mala conducta o el amor desesperado es ser transformada en ave. Hay algunos hombres pájaro también, pero no tantos. [ ] “Los destinos de las mujeres son mucho peores.” “Todas las leyendas de varones transformados en animales son por competencia, la mayoría, a las mujeres nomás se las condena.” Estas dos hermanas muertas y en descomposición se enfrentan a una eventual metamorfosis mientras repasan eventos familiares y de la comarca al borde del río, cerca del temible monte que recuerda a los bosques de los cuentos de hadas. En “Julie” asistimos a un caso de abandono familiar, que sirve para profundizar en el tema de la emigración, en particular de la emigración a los Estados Unidos, adentrándose en el lado oscuro del sueño americano. Los tíos de la protagonista regresan a Argentina a ver si curan a su hija con sobrepeso, de un mal que parece mental. “La trajeron acá porque allá no pueden pagarle un tratamiento, es carísima la psiquiatría en Yanquilandia, y acá el cambio les favorece.” “Mi tía fue la que encontró a Julie teniendo sexo con los espíritus”. Lo verdaderamente alienante y monstruoso sin embargo son esos padres, que regresan convertidos en algo que no son, en “gringos exitosos”, que han olvidado su lengua y reniegan de su cultura y que “Vienen a usar la salud pública de este país, bramaba mi padre.” El paso del tiempo y la vejez es también un tema recurrente. Está tratado de manera muy original en “Metamorfosis”, un relato en el que una mujer de mediana edad, al borde de la menopausia, a la que extirpan un mioma benigno del tamaño de un melón chico, tras la curación, va en busca de Virginia, la amiga que en su local de tatuajes hace además “modificaciones corporales”, “Virginia tiene dos cuernos de silicona sobre las cejas”. “Le expliqué que quería el mioma de vuelta en el cuerpo.”

La gentrificación que padecen las grandes ciudades y hasta ciertos paisajes remotos aparece en “Los himnos de las hienas”: “Para atraer más turistas se armaron un zoológico a todo culo y ni pensaron en el gasto ni en qué ya hay mucha gente a la que le parecen cárceles”. La violencia de género llega con un epígrafe del poeta peruano César Vallejo: “¡Ay, la llaga en color de ropa antigua, como se entreabre y huele a miel quemada”. “Cementerio de heladeras” narra el peso de un crimen cuya complicidad viene de lejos, de lo más remoto de la infancia, cuando se ignoran las consecuencias dramáticas que puede traer la crueldad infantil.  Algo de esa infancia cruel regresa en “Ojos negros”. Un conjunto de relatos, en suma, que nos hacen mirar nuestro entorno de otro modo, la noche transforma la ciudad moderna en ghetto, en una jungla donde campan la desigualdad, la injusticia social, la locura, la enfermedad, la pobreza, como la flores marchitas de la decadencia del sistema.